Me quedo con la sonrisa sincera que aparece cuando hace algo
que de verdad le gusta. Me quedo con los silencios incómodos, los susurros tímidos
y las caricias eternas. Me quedo con cada uno de sus abrazos de oso. Me quedo
con cada ‘ten cuidado’ y cada paso detrás de mi. Me quedo con las mordeduras de
labio para no meter la pata; con las palabras impronunciadas y las
ganas. Me quedo con cada risa profunda y momento sin aliento. Con cada
segundo sin verte por todos los que nos hemos visto. Me quedo con cada beso,
desde el más tímido al más apasionado; hasta con los no dados. Me quedo con
cada gesto de delicadeza, con aquellos que muestran bondad e incluso con los de
incomodidad. Me quedo con cada día soleado y con cada gota detrás del cristal
de los días lluviosos. Me quedo con el caer de las hojas en otoño y el brillo del sol en verano sobre la orilla del mar. Me quedo con la calidez que derrama la cercanía. Me quedo con las carcajadas oídas por la calle, esas
sinsentido. Me quedo con las ganas que tienes de vivir, con las
palabras de apoyo y las fuerzas para continuar. Me quedo con las miradas
intensas, y también, con aquellas que por alguna razón no llegan a ocurrir. Me
quedo con la emoción que te entra cuando vas a hablar con una persona que
tienes lejos; con el cómo ordenas tus cosas y por qué lo haces así.
Incluso con tu vitalidad en los días que apenas has podido dormir.
Si, con todo esto me quedo, con todo esto y mucho más. Me
quedo con todas aquellas pequeñas cosas de la vida, esas en las que mucha gente
a veces ni presta atención.
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