sábado, 7 de noviembre de 2020

Fugaz.

Quién se lo iba a decir a ellos, dueños del tiempo, que sería justo eso lo que jugaría en su contra, el tiempo. 

Ellos, desconocidos con destino a encontrarse. 

Ella, tan tímida, pero a su lado, totalmente desconocida, un libro abierto. 

Él, tan seguro de sí mismo, tan cerrado, tan suyo. 

Ellos, tan diferentes pero perfectamente acoplables, como dos piezas de puzzle, cortados con la misma máquina. 

Desconocidos que un día se conocieron como fuegos artificiales al final de una fiestas de pueblo. Con la misma emoción, se esperaron y con la misma explosión, encajaron, ilesos de huesos, con mella en el corazón.

Ellos, fugaces, más que las estrellas de la noche de San Lorenzo. 

El tiempo, tan incontrolable, tan juguetón, haciendo de las suyas. 

Aún se sueñan, aún se sienten, con la misma ilusión que un niño pequeño en la noche de Reyes.

Ellos, tan cercanos pero, físicamente tan alejados.

Tan sinceros y tan etéreos al mismo tiempo, ellos. 

Fugaces, como dos pompas de jabón en una bañera con niños, como el final de un libro. 

Él, con la espina clavada, sigue hacia adelante. 

Ella, no mira hacia atrás, no quiere soñarle. 

Ambos, tan lanzados, tan abiertos.


La relación fugaz, 
más fugaz que el tiempo.