jueves, 10 de abril de 2014

Experiencias

Hace casi una semana puse fin, no por propia voluntad, a una de las mejores experiencias y más enriquecedoras de mi vida. Una de esas experiencias que repetiría una y otra vez, sin cansarme; una  de esas que no dejarías nunca pasar.
Soy una chica que estoy estudiando enfermería y desde muchísimo antes de empezar la carrera y por supuesto antes de las primeras prácticas siempre dije y tenía segurísimo que no me quería dedicar a la geriatría, a la dependencia de personas mayores, más claro que el agua lo tenía.
Este año, es el primer año de la carrera que tenemos prácticas en centros sanitarios y, en el primer rotatorio me tocó hospitalización, una planta de cirugía. Qué ilusión me llevé, primer rotatorio y ya hospital, lo que yo siempre había querido, qué bien. Fue el primer contacto con los pacientes y la enfermería, el momento en el que de verdad te das cuenta de todo el trabajo que tiene una enfermera y lo poco valorado que está. Te das cuenta de lo cansado que se te hacen los días y de que nunca acabas de aprender.
Del hospital salí muy contenta y muy satisfecha con el trabajo realizado y con lo aprendido. Pero también es cierto que mi compañera y yo salíamos pensando que nos iba a tocar ir a una residencia de ancianos en el siguiente rotatorio y no nos apetecía nada. Pero aún teníamos tiempo para hacernos a la idea, pero con lo poco que me apetecía y lo poco que me atraía, no me conseguí hacer a la idea.
Aunque no tenía ninguna gana de empezar, el día llegó y, para qué mentir, estaba nerviosa, bastante, la verdad.
Todo empezó, el primer día la verdad es que no me disgustó nada el trabajo con personas mayores y me hizo ponerle más ganas para el resto de los días, pero eso sí, era un poco raro porque era ir de aquí para allá todo el rato y persiguiendo a la enfermera por toda la residencia.
A partir de ese día todo cambió, el mes fue pasando y me fui enamorando poco a poco de nuestro trabajo, de los residentes, de los trabajadores de aquella residencia.
Hoy te digo que  esta experiencia no la cambio por nada del mundo. He aprendido tanto de las enfermeras, a las que admiro, porque tienen muchísimo trabajo, poco tiempo y sólo son ellas, sólo una por turno y hacen horas extras como nadie; de las auxiliares, terapeuta, médico, de todos los trabajadores y hasta de las personas que menos me esperaba.
No sólo aprendí técnicas nuevas de enfermería, ni sólo curas de úlceras, sino también el trato con el residente, tanto dependiente como independiente, aprendí a tener los ojos en todas partes, a estar pendiente de todo y a solucionar problemas sola con conocimientos que no sabía ni que tenía.
En cada rincón de la residencia (por grande que fuese) te ibas encontrando cosas nuevas, agradecimientos tras las puertas, sonrisas en las cornisas de las ventanas, palabras de ánimo en los ascensores, consejos por los pasillos, hasta una simple palabra de saludo de algún residente que significa mucho más que un simple 'hola' o 'buenos días'... Todas y cada una de las cosas que te hacen crecer mucho  más como persona.
En especial quería mencionar a los trabajadores del turno de mañana, pero sobretodo a las auxiliares de enfermería y a las enfermeras por todo lo que me han soportado, todo lo que nos han hecho vivir. Habéis conseguido que me enganche mucho más a esta profesión, que siga para adelante pase lo que pase, que nunca abandone, me habéis dado lecciones de vida, me habéis hecho mejor persona y dado consejos para que siga creciendo como profesional y como una misma.
También quería nombrar a todos los residentes; empezando por los de la tercera planta, aquellos que el último día hicieron que me emocionara dándome ánimos, agradeciéndome el mes que estuve y los cuidados recibidos, pidiéndome que me quedara, ahora he de decíos que las muestras de agradecimiento soy yo la que las tiene que dar a todos y cada uno de vosotros por haberos portado tan bien, haber tenido tanta paciencia y haberme ayudado tanto en algún que otro momento, cuando la he necesitado. Mil gracias a todos por ser tan buenos residentes, que sepáis que no os voy a olvidar nunca.
En cuanto a los residentes de la segunda planta, me enseñaron que un 'hola', una contestación o una simple sonrisa llenan y dan mucho más que cualquier cosa material. Una de las cosas de esta planta que más me impactó es que parece que no se enteran de nada, pero no es así, aunque estén con deterioro cognitivo o tengan otros problemas, están pendientes de todo y súper atentos contigo. Alguno con sólo sonreír ya te tenía robado el corazón. Les cogí muchísimo cariño, a todos los residentes, a los que daban más guerra y a los que eran tranquilos como ellos solos, a los que se quejaban y a los que se reían cuando les saludabas, a los demandantes y a los pasotas; a todos y cada uno de ellos. Os llevaré siempre conmigo. GRACIAS.
Para finalizar, gracias a Sara y a Blanca, gracias de todo corazón por esta experiencia tan impresionante, en la que tanto me habéis enseñado y de la que me voy con el corazón encogido de pena, pero mucho más grande de cómo entró.
Esta experiencia me ha hecho darme cuenta realmente de que no hay que tener prejuicios de absolutamente nada, ni de una persona, ni de un lugar, ni de una profesión, aunque sea por tópicos, ni caso; probadlo, aventuraos en lo que penséis que es lo que menos os gusta, igual hasta os sorprendéis como me ha pasado a mi.
La otra cosa que aprendí y que me llevo es que cualquier persona, grande o pequeña, lista o tonta, chica o chico, sano o enfermo, dependiente o independiente, de cualquier estatus social, puede enseñaros y daros lecciones de vida, cosas realmente útiles. Así que abrid bien los ojos y tened oídos para todos, escuchad a la persona, sea quien sea, si va a hablar con vosotros es que algo útil os va a decir.

Gracias de nuevo a todos y cada uno de los trabajadores y residentes de ese centro de mayores, gracias por absolutamente todo. No pienso olvidaros nunca y voy a seguir creciendo como persona y como profesional como os prometí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario