miércoles, 25 de agosto de 2021

No lo has visto todo.

No puedes asegurar que lo has visto todo si no has visto el brillo de sus ojos, sus garras cuando se enfada, ni el color de su piel en septiembre. 

No lo habrás visto todo hasta que no hayas podido observar la arruga que se le pone entre ceja y ceja cuando no entiende algo, los nervios recorrer su espalda o su piel erizada cuando algo le sorprende. 


No podrás afirmar que lo has visto todo si no le has visto reírse a carcajada limpia cuando le cuentan un chiste, sonreír de las mil maneras que sabe, y diferenciarlas, todas y cada una de ellas.

No dirás que lo has visto todo hasta que no hayas visto la contorsión de sus caderas en cuanto suena la música, el taconeo de sus pies cuando se pone nerviosa y el repiqueteo de sus dientes cuando tiene frío. 

No lo habrás visto todo si no has sentido la vergüenza en sus pómulos, la ilusión en sus manos, ni la tristeza en su mirada.  

No podrás confirmar que lo has visto todo si no conoces sus rarezas y sus manías, si no has visto cómo se le riza el pelo por muy liso que lo tenga, ni cómo se comporta cuando juega con un niño pequeño.


No lo habrás visto todo si no conoces la constelación de lunares que esconde en su cuerpo, el ritual que realiza cada noche antes de ir a dormir, ni los remolinos de su pelo que auguran tormentas.

No podrás asegurar que lo has visto todo si no le has visto cantar a pleno pulmón su canción favorita sin importarle dónde esté; ni cómo le escribe a la luna o saborea su comida favorita.

Definitivamente, no podrás decir que lo has visto todo hasta que no le hayas comprendido sin escucharla, solo observándola, todo lo que tiene que decir sin abrir la boca.


Y tú, ¿Quieres verlo todo? 

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